Alimento para el Alma


Hace unos meses decidí tomarme un respiro en mi vida. Tomarme un periodo un poquito mas largo de vacaciones. ¿Para que? para alejarme de todo lo que me rodea habitualmente durante un tiempo y ver mi vida desde otra perspectiva. Cuando decidí que me iba de viaje por Argentina, alguien de mi entorno me comentó, pero tú no tenías apadrinado un niño por allí. Empezamos a buscar en el mapa y por fin localizamos Santiago del Estero, en el norte del país. Y así es como empecé a pensar que podía ser una buena idea acercarme.

Comencé mi viaje y fui a los lugares que tenía planificado ir y a los que se me fueron ocurriendo por el camino así es como después de cinco semanas dando tumbos por el Sudamérica aparecí un día con mi mochila a la espalda en Pozo Hondo, en la casa de las hermanitas. En cuanto pasé el umbral me sentí como en casa. Ellas me estaban esperando para cenar y para tratarme como a una hija y esa misma sensación duró todos los días que permanecí allí.

Pasar unos días en Pozo Hondo y en los alrededores fue una de las mejores experiencias que tuve durante el viaje. Querer pasar desapercibida por el pueblo fue un intento vano. Al día siguiente de estar allí ya sabían que alguien relacionado con los apadrinamientos andaba por el pueblo.

El primer día lo dedique a descansar, y bien que me vino para poder llevar el segundo día, un día misionero, como lo llamó el padre Martín, uno de los artífices del proyecto de apadrinamientos. Este día fue un día duro, desde por la mañana hasta por la noche anduvimos recorriendo los pueblitos de los alrededores donde Haren Alde tiene niños apadrinados y proyectos de desarrollo.

Las distancias físicas son cortas pero las carreteras no existen, solo existen caminos de tierra intransitables en cuanto la lluvia hace su presencia. Hubo suerte ese día estaba despejado. Por la mañana visitamos varios pueblos. Anunciaron por la radio local que una madrina estaba por allí, yo solo quería esconderme detrás de las paredes.

Durante la mañana acompañando al padre Martín, me fui enterando de los problemas que tienen con algunos profesores poco honestos de las escuelas, con los talleres de costura, con la organización de las catequesis, con los repartos de los paquetes de comida para los niños.

Ese domingo tocaba reparto en uno de los pueblo, en un local tenían los sacos preparados para repartir a cada niño, o mas bien a cada familia, porque apadrinar a un niño o una niña representa apadrinar a una familia, mejorar un poco la alimentación de todos y en general facilitarles un poco la vida. También pude ver que seleccionar a un niño no es algo que se haga a "la buena de Dios (aunque todos crean en el). En cada pueblo hay varias personas responsables del proyecto que conocen a las familias y tratan de elegir siempre a las más necesitadas. A lo hora de entregar el paquete de comida hay que presentar el boletín de notas de la escuela para asegurarse de que el niño va a la escuela, nadie le pide buenas notas, en un entorno así las cosas no se valoran de la misma manera que como se puede valorar aquí, las prioridades son distintas. Pero si se valora la asistencia, es una forma de hacer un seguimiento.

Por la tarde conocí a "mi niño", Franco Soria. Cuando nos vimos, los dos estábamos un poco cortados y parecía que no teníamos mucho que decirnos, apenas nos conocíamos. Pero de vez en cuando nos mirábamos y nos sonreíamos, era un intento de buscar una forma de comunicación más allá de las palabras. La realidad de la familia era un poco dura, pero común entre ellos. La madre, no llegaba a los cuarenta años y ya era abuela de dos niñas y por supuesto vivían todos en la misma casa, la madre, cuatro hijas, dos hijos y dos nietas y sin ningún hombre que las ayudase con la alimentación o con los menesteres habituales de sacar una familia adelante.

Continuamos el día misionero y pude ver otros proyectos, la creación de varios talleres de costura para fomentar el trabajo de las mujeres, la creación de un parque con columpios para niños y la ampliación de una casa para mejorar la forma de vida para uno de los niños apadrinados con síndrome de Down, por iniciativa de los padrinos.

Al final de la tarde, pude asistir a una misa en una pequeña iglesia y antes de finalizar la última oración, el padre les preguntó ¿y el médico, está viniendo por aquí y la enfermera, atiende lo que debe? y después echarles un sermón, pero no un sermón como los que a veces nos toca oír por aquí, a veces aburridos y en muchas ocasiones alejados de la realidad. No, no, este era un sermón, con sentido, en el cual les pedía que reclamasen sus derechos al estado, que no se quedasen de brazos cruzados cuando los servicios sociales no se cumplían ni en un mínima parte.

Como conclusión solo puedo decir, que para ellos ser apadrinado representa alimento para el cuerpo, para mí, ser madrina representa alimento para el alma, eso es lo que buscaba y eso es lo que encontré. Volví a mi casa con la sensación de estar llena. Y si en alguna ocasión había tenido dudas sobre si la inversión de mis 12 euros mensuales eran útiles o servían para algo, desde luego con esta pequeña visita desaparecieron por completo. Dudo mucho que exista un banco que pueda dar unos beneficios tan altos a tan poca cantidad de dinero. Solo encontré personas entregadas a un propósito, mejorar la vida de los más desfavorecidos.


Anunciación Hernando

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